Entiendo por literatura infantil aquellos textos de ficción que están dirigidos a menores
de 12 años, en cuyas temáticas abunda la fantasía y están determinados por tramos de edad. Su extensión en
páginas se incrementa conforme a la edad y las ilustraciones juegan un rol
fundamental, lo mismo que su tipografía y material, para hacerlos atractivos a
los lectores principiantes.
La literatura llegó a mí con
mayor fuerza en el hogar, gracias a mi madre, quien desde pequeña me motivó a
leer, regalándome revistas infantiles (“Petete”), cómic (“Heidi”) y libros, aquellos
que aparecían en los diarios. Uno de mis bienes más preciados es la colección
completa de grandes clásicos escolares Zig-Zag. De esa colección leí novelas
como “Mujercitas”, “Bajo las lilas”, “La Quintrala”, y en una edad bastante
precoz, “Palomita Blanca”.
De mis tiempos de educación
básica recuerdo los cuentos que leíamos en los textos de estudio, casi siempre
Santillana, tales como: “Mac, el microbio desconocido” o “El cururo
incomprendido”. En ese entonces no se estilaban los “planes lectores”, solo
recuerdo que por ahí en cuarto básico todo el curso leyó “Papelucho en la
clínica”. Hasta hoy este libro lo conecto con los pasillos del hospital de
Linares.
Ya en enseñanza media, tuve
lecturas mensuales, la mayoría de textos clásicos, como “El cantar del Mio
Cid”, “Romeo y Julieta” o “La ciudad y los perros”. Sí destaco que en mi
colegio de educación media (Colegio marianista Instituto Linares) contaba con
una biblioteca, el cual no era un lugar de castigo, sino que el corazón de mi
colegio. Allí estaba la tía Gladys, hasta hoy lo está, quien nos conocía tanto
que nos recomendada el libro indicado a cada uno. En ese tiempo, junto a mis
amigos y amigas, nos devorábamos la colección “Gran Angular” de la editorial SM.
Títulos como “Cinco panes de cebada” o “Los escarabajos vuelan al atardecer”
eran lecturas que nos recomendábamos entre los amigos y nos daban tema de
conversación. Y como buenos lectores, la
tía Gladys nos concedía el privilegio de pasar tras el mesón y recorrer las
estanterías para que nosotros mismos escogiéramos nuestros libros.
La primera obra de teatro que he
visto en mi vida fue en dicho colegio, “El cepillo de dientes” de Jorge Díaz,
montada por una compañía de Santiago. También allí conocí a la escritora
linarense Ana María Güiraldes y Saúl Schkolnik, quienes nos daban charlas y
venían a las premiaciones de los concursos de creación literaria que
organizaban los profesores de castellano. Verdaderamente, ahora que lo escribo,
mi colegio priorizaba las actividades de fomento lector, con todas las dificultades
de acceso a la cultura que acarrea el vivir en provincia, sin ninguna librería
en la ciudad.
Como profesora de castellano,
asumo que pesa mucho el canon literario en mis elecciones de lecturas para mis
estudiantes. Durante el tiempo que estuve a cargo de la dirección del depto. de
lenguaje en un colegio privado de Chillán, elaboraré el plan lector desde 1° básico a IV medio,
con planes diferenciados incluidos. Para ello, tomé como orientaciones; en
primer lugar, las lecturas recomendadas por el MINEDUC; en segundo lugar, las
lecturas que considero como clásicos universales, latinoamericanos y chilenos.
En tercer lugar, consideré el contexto sociocultural de mis estudiantes, y por
último, la disponibilidad de dichos títulos en la biblioteca escolar. A medida
que hubo más variedad de títulos disponibles, les di a mis estudiantes la
oportunidad de escoger su lectura mensual.
Uno de los aspectos a los que he
dado importancia es a la necesidad de contextualizar la lectura literaria, ya
sea en aspectos históricos como estéticos. Para esta tarea, la pizarra
interactiva y los recursos tic fueron mis principales aliados, especialmente
cuando leíamos obras clásicas, como “Lazarillo de Tormes” o algunos exemplos del Conde Lucanor o “El
Quijote”, donde trabajaba con un audiolibro, que resultó bastante motivador
para mis estudiantes de tercero medio. Esta experiencia de aula la presenté en
abril de este año en el congreso internacional de Educación con Tecnologías de la Información, (CEDUTIC)
en la Universidad Católica de la Santísima Concepción, con una ponencia titulada
“Uso de la Pizarra Digital Interactiva (PDI) en la formación literaria de
estudiantes de enseñanza media”.
Como formadora de los futuros
profesores me enfrento a generaciones donde la gran mayoría no son lectores
literarios asiduos, y que arrastran con nulas experiencias escolares o si las
tienen, están vinculadas a recuerdos amargos. Para lograr encantarlos, me he
lanzado con la poesía, el género que pasa un poco a pérdida en la escuela, y
les he leído poemas, transitando desde Mistral, Neruda, Tellier, Rojas hasta
llegar al inquietante Nicanor Parra.
También intento modelar la
aplicación de los momentos de la lectura, especialmente en la lectura de textos
narrativos literarios. Los “Cuentos para jugar” de Gianni Rodari han resultado
atractivos para mis estudiantes, quienes se transforman en niños y niñas, y se
hacen merecedores de un “regalo lector”. Resulta muy divertido escuchar sus
hipótesis de lectura y la defensa que realizan de sus finales preferidos. Al
mismo tiempo, para ellos es novedoso sentirse como lectores activos, con la posibilidad
de elegir y que la figura del autor, sea también un lector con opinión de su
propia obra.
Reconozco que, para bien o para mal, el peso del canon también
se revela en las elecciones de lectura literaria que he realizado para mis
estudiantes universitarios, aunque sí he integrado a Mauricio Paredes y a
Sergio Gómez. Me angustia un poco que ellos no posean un bagaje lector más
amplio y que en su niñez no hayan leído a los clásicos infantiles; mi lógica,
quizás errada, es la siguiente: deben leer a los clásicos para comprender la
literatura infantil actual. Con ellos sí me he lanzado a experimentar en nuevas
formas de evaluación de la lectura literaria, como entrevistas de lectura o que
ellos analicen pruebas rendidas por alumnos/as de básica y emitan un juicio
crítico del instrumento evaluativo.
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